"Toda verdad pasa por tres etapas:
primero, es ridiculizada;
segundo, recibe una violenta oposición,
y tercero, es aceptada como algo evidente".
Arthur Schopenhauer,
citado en el documental "Terrícolas"
Hay películas que destacan estéticamente, otras que hacen despliegue de tecnología, otras que movilizan sentimientos y otras que inducen a la reflexión. Pero también hay algunas que cumplen con todas esas características; "Okja" (2017) es una de ellas. La historia de la enorme y a la vez tierna cerda-hipopótamo merecería convertirse en un símbolo cinematográfico de la lucha a favor de los derechos de los animales no humanos (más allá de la anacrónica polémica que ha girado en torno a su estreno en televisión y no en las clásicas salas de cine). Y no es porque "Okja" sea la primera en su género; antes hemos visto "Los perros de la plaga" (1982), "Babe" (1995) y "Terrícolas" (2005). Lo que hace especial a la película del coreano Bong Joong-ho es la forma gradual como nos va introduciendo en ese mundo de horror que es la industria masiva de la carne, desde las idílicas escenas iniciales hasta llegar a esa espeluznante suerte de campo de concentración que es el matadero. Ni siquiera el supuesto final feliz puede borrar la abominación de lo sucedido. Y que sigue sucediendo. Porque lo más doloroso es saber que la película es ficción solo parcialmente, y que lo esencial es una terrible realidad que existe en nuestros tiempos y está presente aunque nos empecinemos en no querer verla. Y lo que es peor, de la que casi todos somos partícipes, una minoría directamente, y la gran mayoría en forma indirecta.
Y aquí no estamos hablando solo del hecho de matar para comer, sino de las condiciones miserables en las que millones de animales pasan toda su existencia hasta ser finalmente asesinados. No estamos pues frente a la bucólica granjita en donde el cerdo o la cabra viven felices comiendo a sus anchas, corriendo y revolcándose en el lodo hasta que repentinamente les llega el final. Estamos ante un negocio que prioriza la ganancia sin considerar en lo más mínimo el terrible sufrimiento del "producto". Tema aparte es el de los animales de laboratorio y el de la industria de las mascotas.
Claro que podemos seguir con la venda en los ojos, recurriendo a argumentos no solo falaces sino que evaden el meollo del asunto, tales como "son exageraciones de animalistas fanáticos", "los animales no tienen alma", "no piensan" o "no sufren". Es sabido que los cerdos son animales inteligentes y sensibles, y cualquiera que viva con un perro o un gato puede notar que los sentimientos básicos de los que hacemos alarde los humanos están presentes también en otros mamíferos. De tal modo que la posición privilegiada que se ha atribuido el Homo sapiens, con el "derecho" de disponer a su antojo de los miembros de otras especies, sea para (sobre)alimentarse, experimentar o simplemente para divertirse, no pasa de ser una arbitrariedad autocomplaciente que intenta respaldar con filosofías o religiones antropocéntricas.
Cabe recordar que a lo largo de la historia algunos grupos humanos han torturado, esclavizado y exterminado a otros de diferente etnia o raza por no considerarlos iguales, sino inferiores, basándose en discursos sociales, políticos, económicos y hasta "científicos". Peter Singer planteó hace algunas décadas la idea del círculo moral (podríamos añadir: y de la empatía), que ha ido expandiéndose desde el entorno familiar más inmediato hasta abarcar a todos los seres humanos. ¿Habrá llegado el momento de dar el siguiente paso?
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