lunes, noviembre 02, 2009

Día de los muertos (3)


 

La esperanza de una vida ultraterrena es el principal consuelo que las religiones ofrecen a sus fieles próximos a iniciar el viaje sin retorno. Consuelo, claro está, para aquellos que a lo largo de su existencia acataron devota y sumisamente los dogmas que su fe les imponía (y a cuyo conocimiento sólo podían acceder con la conveniente intermediación de las jerarquías eclesiásticas, de más está decirlo); para ellos está asegurado el ingreso a un paraíso pletórico de dicha sempiterna, a diferencia de los pecadores empedernidos, cuyo paso al más allá deviene en condena perpetua.

Y aunque la fe por definición prescinde de evidencia, de todos modos puede apoyarse en ella. Así, múltiples testimonios de personas que estuvieron al borde de la muerte, han encontrado en el ascenso a la gloria divina su explicación más obvia. Tales experiencias cercanas a la muerte (como se conocen oficialmente), suelen ser descritas de manera bastante similar, sin importar el credo ni la ausencia del mismo, e incluyen por lo general algunos de los siguientes fenómenos: sensaciones extracorpóreas (flotar sobre el propio cuerpo y visualizarlo desde fuera), elevación hacia un túnel en cuyo extremo brilla una luz blanca, vivencia de una paz interior, y una rápida reminiscencia biográfica ("como en una película"); otros, por el contrario, relatan experiencias aterradoras (¿los pecadores?). Sin embargo los científicos (que no pierden ocasión para desvirtuar con su escepticismo los más refinados productos del misticismo), han esbozado algunas teorías al respecto. Kevin Nelson, por ejemplo, explica aquellos fenómenos como una intrusión de la fase REM (rapid eye movement) del sueño, similar a la que normalmente ocurre en la parálisis del sueño (en la cual la persona despierta parcialmente, sin poder moverse) y en los estados de semivigilia que cursan con alucinaciones; de hecho, estas experiencias asociadas al sueño fueron encontradas con mayor frecuencia entre individuos que tuvieron experiencias peritanáticas. En "El cerebro de Broca", Carl Sagan relacionó algunas de aquellas experiencias con sustancias psicoactivas: así, la ketamina puede inducir experiencias extracorpóreas, la atropina puede provocar una sensación de "vuelo", la 2,4-metilendioxianfetamina puede facilitar el recuerdo de hechos pasados aparentemente olvidados, y el LSD puede causar una sensación de "unión con el universo"; la acción de sustancias similares endógenas podría entonces rememorar el evento traumático inaugural de todo ser humano: el nacimiento.

Con evidencia o sin ella, la promesa de un edén en las alturas se refleja ostensiblemente en la abundante creación escultórica de los panteones (como hemos relatado en "Día de los muertos 1" y "Día de los muertos 2", y como puede apreciarse en las fotos de abajo, del cementerio La Almudena, del Cusco). Por tal motivo, sorprende encontrar en el mismo sitio, en medio de ángeles, vírgenes, jesucristos y toda una pléyade de personajes celestiales, la cripta cuya foto encabeza la presente, con una simple y terrenal calavera, que pareciera desvirtuar atrevidamente la ilusión del paraíso místico, advirtiéndonos escépticamente sobre la triste posibilidad (real para los herejes) de un absoluto punto final para la vida, únicamente perennizada en el recuerdo de los que nos sobrevivan temporalmente. Tal vez por semejante osadía, aquella tumba ha sido profanada, no encontrándose tras su puerta violada, más que un oscuro vacío.



 

sábado, octubre 24, 2009

"Creced y multiplicaos"




El 16 de octubre del presente año, el Tribunal Constitucional del Perú prohibió al Ministerio de Salud "la distribución gratuita a nivel nacional de la denominada Píldora del Día Siguiente”, argumentando "que la concepción se produce durante el proceso de fecundación (...), que existen dudas razonables respecto a la forma y entidad en que la denominada Píldora del Día Siguiente afecta al endometrio y por ende el proceso de implantación", concluyendo así que "se debe declarar que el derecho a la vida del concebido se ve afectado por acción del citado producto".

Tal sentencia -que ha generado un enfrentamiento con el titular del sector salud- enciende viejas polémicas en torno a temas como el inicio de la vida, el control de la natalidad y la injerencia de los grupos religiosos sobre la política de un estado supuestamente laico.
 
Delimitar el inicio de la vida humana es una tarea ciertamente arbitraria, pues la formación de una persona es un proceso, antes que un hecho puntual. Y si leemos con atención la sentencia que nos ocupa, el Tribunal Constitucional admite la polémica existente en torno al tema, citando las dos principales teorías sobre el inicio de la vida (de la fecundación y de la anidación), reconociendo que "del conjunto de normas anotadas, (...) se aprecia que ninguna de ellas explica o define en qué momento del proceso vital se produce la concepción", e inclusive que "como la ciencia médica se encuentra dividida, y no puede arribar a una respuesta definitiva, el mundo jurídico también se encuentra dividido", llegando a proclamar líricamente que "este inacabado debate, del que se ha dado sólo somera cuenta, no hace sino mostrar de manera descarnada el hecho de que el ser humano, tan orgulloso de sí por el avance científico y grado de evolución que ha logrado, todavía no es capaz de determinar, sin lugar a controversia, el instante en el que se ha creado un nuevo miembro de su especie". Sorprende entonces cómo la máxima instancia legal de nuestro país concluye con indubitable certeza que la concepción se sitúa en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, coincidiendo (aleluya) con la postura eclesial.

Pero lo más curioso del caso es que la sentencia en mención califica conviccionalmente a la anticoncepción oral de emergencia como "abortiva" -por un supuesto efecto inhibidor de la implantación del óvulo fecundado en el endometrio- basándose en los insertos de algunas presentaciones comerciales y en un documento de la FDA, ignorando la siguiente información de la Organización Mundial de la Salud (que sí es citada textualmente por los magistrados César Landa Arroyo y Fernando Calle Hayen, en discrepante voto singular): “No se ha establecido claramente el mecanismo de acción de las píldoras anticonceptivas de emergencia. Varios estudios indican que pueden inhibir o retrasar la ovulación. También se ha pensado que pueden impedir la implantación, alterando el endometrio. Sin embargo, las pruebas de estos efectos endometriales son confusas y no se sabe si las alteraciones del endometrio observadas en algunos estudios bastan para impedir la implantación. Es posible también que impidan la fecundación el transporte de los espermatozoides o los óvulos, pero no hay datos sobre esos posibles mecanismos. Las píldoras anticonceptivas de emergencia no interrumpen el embarazo, por lo que no constituyen en absoluto un tratamiento abortivo” (OMS. Anticoncepción de Emergencia: Guía para la Prestación de Servicios, 1999). Tampoco se ha tomado en cuenta la siguiente conclusión del Programa Especial de Investigación, Desarrollo y Formación de Investigadores sobre Reproducción Humana de la OMS (que también es citada por los magistrados discrepantes): “Se ha demostrado que las píldoras anticonceptivas de emergencia (PAE) que contienen levonorgestrel, previenen la ovulación y que no tienen un efecto detectable sobre el endometrio (revestimiento interno del útero) o en los niveles de progesterona cuando son administradas después de la ovulación. Las PAE no son eficaces una vez que el proceso de implantación se ha iniciado y no provocarán un aborto” (Boletín de la HRP de octubre de 2005).
 
Resulta pues obvio el sesgo confesional de la sentencia, que no pasaría de una discusión propia de Bizancio (condenada además al fracaso, pues ningún argumento racional puede esgrimirse contra un dogma), si no fuera porque tal decisión impedirá el libre acceso a un método anticonceptivo imprescindible en todo programa de control de la natalidad medianamente civilizado, afectando a miles de mujeres, que se verán obligadas a llevar un embarazo no deseado o -peor aún- a acudir a un aborto clandestino, arriesgando su propia vida. Según la representante del Ministerio de la Mujer, con dicha medida se está perjudicando a los sectores más vulnerables y con menos recursos.
 
Esto nos lleva al otro tema, que es el de la desmedida influencia que el clero ejerce en la política del estado, poniendo en duda la referida "autonomía e independencia" que señala el artículo 50º de la Constitución Política del Perú, respecto de la Iglesia Católica. Influencia que se hace manifiesta además en hechos como la imposición de un curso de "educación religiosa" (que no es más que adoctrinamiento católico puro) en la Directiva del Año Escolar 2009, bajo el amparo del Acuerdo entre la Santa Sede y la República del Perú firmado en 1980 (artículo 19º); las exoneraciones y beneficios tributarios a favor de la Iglesia Católica, también estipulados en el acuerdo mencionado (artículo 8º), y ratificados mediante el Decreto Legislativo Nº 626 de 1990; la reiterada postergación de proyectos de leyes sobre libertad religiosa, planteados por congresistas como Natale Amprimo (2001), Graciela Yanarico (2002) y Rosa León (2003); el pago de sueldos y pensiones a los sacerdotes católicos en planilla mensual del Ministerio de Justicia; el uso de fondos del estado y de los gobiernos regionales para la restauración y construcción de capillas y monumentos religiosos; la existencia de un Obispado Castrense, financiado por el Ministerio de Defensa, y encargado de "la atención religiosa (léase: católica), espiritual, moral y pastoral de los miembros de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional", entre muchos otros datos.
 
Lo que se esconde al fin y al cabo, por parte de los que ahora aplauden la decisión del Tribunal Constitucional (entre ellos el Ministro de Defensa Rafael Rey Rey -recalcitrante miembro del Opus Dei y vedado defensor de violadores de derechos humanos-, quien sospechosamente se reunió con los tribunos poco antes de la sentencia), es la voluntad de erradicar todo tipo de anticoncepción que no se ajuste a lo permitido por la Santa Sede, sin importar si se trata de métodos "abortivos" o no (basta recordar el rechazo de Benedicto XVI hacia el uso del preservativo), y sin tener en cuenta las consecuencias. Y detrás de ello está por supuesto la restringida y culposa visión de la sexualidad defendida por la iglesia, que se pretende imponer a toda la sociedad, y que es expresada claramente por Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae: "23. (...) Así se deforma y falsifica el contenido originario de la sexualidad humana, y los dos significados, unitivo y procreativo, innatos a la naturaleza misma del acto conyugal, son separados artificialmente. De este modo, se traiciona la unión y la fecundidad se somete al arbitrio del hombre y de la mujer. La procreación se convierte entonces en el 'enemigo' a evitar en la práctica de la sexualidad". Amén.
 
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domingo, septiembre 20, 2009

12 hombres con ira


 

"12 angry men" (1957) fue el debut en la pantalla grande del director Sidney Lumet, en base a la obra teatral de Reginald Rose. En pocas palabras, narra las deliberaciones de un jurado para decidir la culpabilidad o inocencia de un joven acusado de homicidio, en un caso que inicialmente parece muy evidente pero que va revelándose como mucho más complejo, a raíz de la duda surgida en uno de ellos (el "número 8"), duda razonable que terminará transmitiendo a los demás paulatinamente, venciendo la presión de una mayoría que se va diluyendo en sus argumentos y evidenciando en su carencia de objetividad, hasta cambiar por completo el veredicto planteado al principio.

Vista de manera superficial, no pasará de ser una interesante película acerca de un juicio, quizás con la peculiaridad de estar enfocada en la discusión entre los miembros del jurado (donde se desarrolla prácticamente toda la trama) antes que en el debate entre la defensa y la parte acusadora -que suele caracterizar a este género-, o en el hecho de transcurrir casi completamente en tiempo real. Un análisis más detenido, sin embargo, nos permitirá descubrir en esta obra una alusión a temas tales como la (pretendida) objetividad de nuestras decisiones, y la importancia de la duda.

La aparente unanimidad de la condena contra el acusado se vio frenada por la inicialmente solitaria disención del "número 8" (Henry Fonda), al cual no parecía convencer del todo la aparente solidez de los argumentos de la parte demandante. El replanteamiento de lo que se daba por ya juzgado, permitió no obstante, descubrir no solamente las debilidades de las pruebas y testimonios presentados durante el juicio, si no también las subjetividades, prejuicios y egoísmos escondidos tras el discurso de los más entusiastas oradores del grupo, echando por tierra la pretendida objetividad que debería guiar a quienes tienen en sus manos la vida de una persona.

Vemos así dos tipos de factores influyendo sobre la decisión de los personajes. Por un lado están aquellos externos, que afectan a todos por igual. Aquí tenemos desde el simple calor (era el día más caluroso del año y la ventiladora no funcionaba) -factor disuasivo para el desarrollo de una discusión prolongada-, hasta la presión del grupo, que pasó de ser necio y despectivo cargamontón contra el único disidente, a constituirse finalmente en silenciosa pero severa conminación contra el último defensor de la culpabilidad del acusado, el "número 3"(Lee J. Cobb). Por otro lado, los factores internos de cada individuo juegan un rol no menos importante. Resaltan en este punto el prejuicio racial del "número 10" (Ed Begley), el cínico desinterés del "número 7" (Robert Webber) -preocupado únicamente por el juego de baseball que lo esperaba-, la fría y distante seriedad del "número 4" (E.G. Marshall), y la decepcionada paternidad del "número 3", incapaz de desligar emocionalmente el caso judicial de su propia vida. La idea de un jurado imparcial y objetivo que reflexiona para llegar a un justo veredicto, queda pues desvirtuada, encontrando su salvación únicamente a través de personas como el "número 8", y luego el "número 9" (Joseph Sweeney) -los únicos cuyos nombres son conocidos al final-, que logran anteponer sus principios por encima de todo aquello que hace claudicar inicialmente al resto. Situación bastante ideal, pues la razón y la justicia lejos están de ser el motor del accionar mayoritario del ser humano.

Importante es también el papel de la duda en el desarrollo de la trama. No es la inocencia del acusado lo que defiende en principio el "número 8", si no su imposibilidad para llegar a una certeza en lo que a su culpabilidad se refiere; motivo suficiente para abstenerse de condenar a un posible inocente. Poco importa tal posibilidad sin embargo, a individuos como el "número 7", el "número 10" o el "número 3", a quienes moviliza como se dijo antes, factores ajenos al caso. La duda se constituye así en el motor fundamental de la razón, base a su vez de la justicia. No en vano es aquélla objeto de condena por parte de ideologías dogmáticas que basan su dominio social precisamente en la fe ciega de mayorías incapaces de cuestionamientos; la duda generalizada representaría pues, su derrumbe ideológico.

Finalmente, no es de sorprender que una película tan profunda en significados, no haya tenido éxito comercial en su momento. No es la reflexión lo que busca el gran público en el cine, si no sólo el divertimento pasajero, que suele proveer la filmografía pródiga en acción y bullicio, cosas de lo que evidentemente carece "12 hombres con ira".

 

domingo, septiembre 06, 2009

Cadenas



 
Él carga pesadas cadenas. Las lleva no solamente en las extremidades, si no también en el cuello, en la cintura y sobretodo en la cabeza. Sí, muy dentro de la cabeza.

No son cadenas vulgares, de material común y potenciales víctimas de la corrosión. Por el contrario, son muy finas y artísticamente decoradas. Porque fue él mismo quien las elaboró. Paciente y diligentemente, con ahínco, esmero y pasión, desde sus años iniciales. Cada eslabón fue un triunfo de laboriosidad y devoción, forjado con todo el esfuerzo del que fue capaz en su momento. Era digno de admiración. Tanto tiempo destinado a la construcción de sus cadenas de oro con ribetes de plata e incrustaciones de diamantes. El triunfo supremo de su empresa personal.

Pero el ser de oro y plata con incrustaciones de diamantes no quitó a las cadenas su condición de tales. Y él lo descubrió. Demasiado tarde, tanta había sido su dedicación, que las había hecho perfectas. Encajaban muy bien en su persona, giraban a su alrededor hasta perderse sus inicios, y se amoldaban de tal modo a su figura, que podía decirse que formaban parte inseparable de su ser. Al punto que ya no podía concebir su vida sin aquéllas…

¿Qué pasó? Nadie pudo comprenderlo. Habían admirado y aplaudido sus cadenas, tan bien elaboradas, tan brillantes, tan dignas de elogio. Algunos hasta lo habían envidiado. ¿Qué pasó? Se preguntaban mientras construían, ellos también con empeño, con amor, sus propias cadenas.
 
 

miércoles, agosto 26, 2009

Oda a una puerta




Me han dicho que escribo muy poco
Y que abandonado tengo este blog personal
Por eso ahora y aunque me crean loco
Unas líneas dedicaré a un símbolo institucional.

De una puerta muy peculiar se trata
Que altanera se enseñorea en un segundo piso
Y aunque la culminación fue de un proyecto de larga data
Apareció de modo súbito y sin mediar aviso.

Altanera digo, y sin pecar por exceso
Pues a diferencia de sus semejantes
Esta no comparte, y por ahí empiezo
Sus intimidades ni por breves instantes.

¿Escaleras? No le hacen falta
Nimiedades como ésas bien están para la plebe
Pero no para alguien de alcurnia alta
Que a su originalidad y misterio primero se debe.

No es de aquellas que al simple dejar pasar se limitan
Ésta se permite discriminar
Y solo a algunos privilegiados sus ínfulas invitan
A sus enigmáticos umbrales atravesar.

Y es que no cualquier mortal se aventura
A los edenes de ensueño que ella ofrece
Desde su aristocrática y coqueta altura
No es la tierra firme el destino que aquél se merece.

Arcadias inimaginables
Bucólicos paisajes
Paraísos afables
O siquiera dulces aterrizajes.

Incompleta está, dicen los que comprender no pueden
Y es que así son los de escaso horizonte
Que a la imaginación un lugar no conceden
Y mal juzgan a quien un nuevo camino afronte.

En fin, a esta puerta no le importa
Y en su trono orgullosa desafía
A la gente que al contemplarla queda absorta
Profiriendo su insulsa habladuría.

(Ya ven a lo que he llegado
Por llenar este espacio y pretender ser un vate
A una puerta he dedicado
Este magno disparate).
 
Foto tomada en el Instituto Nacional de Salud Mental "Honorio Delgado - Hideyo Noguchi"

 

martes, julio 21, 2009

Lo que no dice la propaganda farmacéutica



No hace falta ser médico para saber que entre los diferentes medicamentos que se expenden en las farmacias existen enormes diferencias en precios, inclusive tratándose de medicamentos utilizados para un mismo propósito, e inclusive tratándose del mismo medicamento pero con distintas denominaciones comerciales (unas conocidas como “originales” –las fabricadas por el laboratorio que las patentó-, y las otras, “genéricas”). Así por ejemplo, tenemos que el antidepresivo fluoxetina 20 mg en su versión genérica, tiene un costo que oscila entre S/. 0.10-0.50 (US $ 0.03-0.15), en tanto que en su versión original (Prozac) puede llegar hasta los S/. 8 (US $ 2.4); por su parte, el antibiótico azitromicina 500 mg en su versión genérica cuesta alrededor de S/. 2 (US $ 0.67), mientras que su versión original (Zitromax) puede llegar a los S/. 19.5 (US $ 6.5) (datos de farmacias de Lima, julio del 2009).

El mayor problema surge sin embargo, cuando un medicamento de gran necesidad se encuentra aún en el periodo de exclusividad que se le otorga al laboratorio fabricante (20 años desde el registro de la patente), durante el cual ninguna otra casa farmacéutica puede comercializar el producto, y no queda en el mercado otra alternativa más que la onerosa. Y la industria farmacéutica hace todo lo posible por extender al máximo dicho periodo de exclusividad, para impedir la aparición y difusión de los medicamentos genéricos, que le generan enormes pérdidas en ingresos económicos. Y no duda en entablar demandas legales bajo cualquier pretexto contra quienes afecten sus intereses. Por ejemplo, cuando en 1999 el laboratorio Astra-Zeneca perdió la patente por el antiulceroso omeprazol (Prilosec), denunció al fabricante del producto genérico, logrando 30 meses más de exclusividad, al cabo de los cuales volvió a hacer otra querella, ganando un mes y medio adicional. En nuestro medio, Eli Lilly no cesa en su empeño por impedir la comercialización de cualquier presentación del antipsicótico olanzapina, que no sea la suya propia (Zyprexa).

Particularmente infame fue el caso de los medicamentos contra el virus del SIDA. Según Philippe Pignarre, hasta hace algunos años, sólo el 5% de los 40 millones de infectados por el VIH podía acceder a los mismos, por cuestiones económicas; como consecuencia, 3 millones fallecían anualmente por esta enfermedad en África, y la esperanza de vida había retrocedido 25-30% en varios países africanos. Cuando en 1997, el gobierno de Su­dáfrica aprobó una ley que permitía la importación de versiones económicas de medicamen­tos antirretrovirales procedentes de otros países (importación paralela), 39 laboratorios lo denunciaron por “violación de los acuer­dos internacionales”, en tanto que la Cámara de Comercio de los Es­tados Unidos presionó al gobierno sudafricano para que derogara la ley (Lawrence Lessig hizo entonces la siguiente reflexión: “Habrá un momento dentro de treinta años en el que nuestros hijos mirarán al pasado y se preguntarán cómo pudimos permitir que esto ocurriera. Cómo pudimos permitir que se siguiera una línea política cuyo coste directo fue acelerar la muerte de entre quince y treinta millones de africanos y cuyo único beneficio real era afirmar la ‘santidad’ de una idea. Qué justificación podría remotamente existir para una política que tiene como resul­tado tantas muertes. Cuál es exactamente la locura que permite que tantos mueran por semejante abstracción”).

Para justificar los altos costos de sus medicamentos, la industria farmacéutica y sus defensores suelen explicar que aquéllos son imprescindibles para financiar la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos, de tal modo que cualquier restricción en los precios traería consecuencias nefastas para la medicina. Como dijo el presidente de Investigación Farmacéutica y Fabricantes de los Estados Unidos (PhRMA): “Créanme, si le imponemos controles de precios a la industria farmacéutica, y si reducimos la investigación y desarrollo que esta industria puede realizar, eso va a perjudicar a mis hijos y a los millones de estadounidenses que padecen enfermedades graves”. Tal argumento es simplemente falso. El costo de los medicamentos no se destina ex­clusivamente a recuperar lo invertido en investigación ni a asegurar la aparición de nuevos tratamientos; como han demostrado diversos estudios, la mayor parte se utiliza en publi­cidad y promoción. La Families U.S. Foundation (2002) llevó a cabo un análisis de los informes presentados a la Securities and Exchange Commission en el 2001, por nueve compañías –Merck, Pfizer, Bristol Myers Squibb, Eli Lilly, Abbott Laboratories, Wyeth, Allergan, Phar­macia y Schering-Plough Corporation–, encontrando que el 27% de sus ingresos fueron destinados a marketing, publicidad y administra­ción, el 18% a beneficios, y solamente el 11% a la búsqueda de nuevos productos. Otra investigación, realizada por Consumers Internatio­nal (2006) en siete países europeos, dirigida a estudiar las prácticas de publicidad de 20 casas farmacéuticas, reveló que la industria de los medicamentos invierte US $ 60 mil millones al año en publicidad, casi dos veces más que en investigación y desarrollo. Por otro lado, una noticia publicada en The New York Times el 27 de junio del 2007, in­formó que la psiquiatría es la especialidad médica que más beneficios económicos recibe de los fabricantes de medicamentos, mencionan­do además que dicha industria gastó US $ 2.25 millones en propagan­da, honorarios y gastos de viajes para médicos psiquiatras, hospitales y universidades, en el estado de Vermont, Estados Unidos; dicha cifra –añade el artículo- no incluye el costo de las muestras médicas y el salario de los representantes de ventas. Otra noticia publicada en The New York Times el 10 de mayo del 2007, refirió que las retribuciones de la industria farmacéutica hacia los médicos psi­quiatras del estado de Minnesota, Estados Unidos, aumentaron seis veces durante el periodo 2000-2005 (hasta llegar a US $ 1.6 millones), en tanto que las prescripciones de antipsicóticos atípicos para niños del programa Minnesota’s Medicaid se multiplicaron por 9 durante dicho periodo; además, aquellos médicos psiquiatras que recibieron más de US $ 5000 a lo largo del periodo 2000-2005 prescribieron tres veces más antipsicóticos atípicos a niños, que aquellos médicos que recibieron menos de dicha suma. ¿Coincidencia? Poco probable, pues resulta cada vez más claro que los “desinteresa­dos” presentes que la industria ofrece a los galenos –desde lapiceros hasta viajes a congresos internacionales con alojamiento en hoteles cinco estrellas–, ejercen una influencia en un porcentaje apreciable de ellos, que se materializa al momento de prescribir (cuando debiera primar el beneficio del paciente antes que el propio interés). Tal como revela otro estudio realizado por Consumers International (2007), hasta el 50% de los medicamentos estarían prescriptos, dispensados o ven­didos en forma inapropiada en los países en desarrollo, como conse­cuencia de aquella influencia. Como resultado, muchas personas terminan recibiendo medicamentos costosos pudiendo acceder a opciones más económicas e igualmente eficaces, lo que es más censurable cuando se trata de poblaciones de escasos recursos (por supuesto que existen casos en los cuales sí es necesario acudir a los medicamentos más caros, tratándose de enfermedades raras o cuando otros tratamientos han fracasado, pero esa no es la generalidad). Claro que la mayoría de “colaboradores” no admite tal compromiso de su objetividad, y hasta se cree merecedora de semejantes prebendas por el simple hecho de ostentar el título de médico.

Pero la propaganda y la “generosidad” de los laboratorios no son los únicos factores que estarían influyendo sobre las decisiones de muchos médicos al momento de decidir una prescripción. Una investigación publicada por la revista The New England Journal of Medicine (2008) revisó 74 ensayos clínicos de 12 antidepresivos registrados por la FDA en el periodo 1987-2004 –que involucraban a más de 12 mil pacientes–, encontrando 38 estudios con resultados favorables para los laboratorios y 36 con resultados no favorables. Del primer grupo, 37 fueron publicados en revistas científi­cas, en tanto que del segundo grupo, solamente 3 vieron la luz admi­tiendo los resultados negativos, y 11 se publicaron presentando los resultados como positivos, quedando 22 sin publicarse. Concluyen los autores diciendo que aquellos estudios con resultados favorables hacia la industria farmacéutica, tienen 12 veces más probabilidades de publicarse que aquéllos con resultados desfavorables, dando así la impresión de una abrumadora evidencia científica respaldando el uso de estos medicamentos. Por otro lado, la industria de los medicamentos financia toda clase de actividades supuestamente educacionales dirigidas hacia los médicos, con expositores que no se caracterizan precisamente por su objetividad al presentar datos supuestamente científicos.

Tampoco es cierto que la industria de los medicamentos sea particularmente innovadora, pues los últimos años no han visto surgir muchos tratamientos realmente nuevos, limitándose en la mayor parte de los casos a medicamentos muy similares a sus predecesores, y con escasas ven­tajas respecto a aquéllos (los medicamentos “yo-también”), o simplemente a nuevas indicaciones para productos ya existentes en el mercado (según Marcia Angell: “en los 5 años que pasaron entre 1998 y 2002, la FDA aprobó 415 medicamentos nuevos, de los cuales sólo el 14% fueron innovadores en realidad. El 9% consistió en fármacos antiguos que habían sufrido algún cambio, el cual, según los parámetros de la FDA, los mejoraba en forma significativa. ¿Y el 77% restante? Por más que resulte increíble, fueron medicamentos ‘yo-también’, clasificados por la entidad como medicinas no mejores que las que ya se encuentran en el mercado para el tratamiento de ciertas enfermedades”). Aunque al momento de ser lanzados o “relanzados” al mercado, cuenten con una descomunal y multimillonaria campaña publicitaria, no exenta de “abundantes” estudios y “opinio­nes de expertos” (speakers) sumamente favorables -aunque no precisamente independientes-, destinados a convencer a los prescriptores de que el “nuevo” producto es muy superior a los ya existentes, y que por lo tanto justifica con creces su abultado precio. Por ejemplo, el antipsicótico quetiapina fue promocionado inicialmente por Astra-Zeneca (bajo el nombre comercial de Seroquel) como medicamento contra la esquizofrenia, luego como tratamiento para el trastorno bipolar, y hace algunos meses fue presentada su versión de acción prolongada (Seroquel XR) ante la comunidad médica local, con bombos y platillos, y nada menos que en el lujosísimo restaurante limeño La Rosa Náutica.

Y por si todo lo anterior no resultara suficiente, un porcentaje apreciable de los medicamentos que la industria farmacéutica promociona como suyos y que utiliza para intentar justificar sus elevados presupuestos, no proviene de sus propias fuentes, si no de investigaciones financiadas con fondos públicos, y llevadas a cabo en universidades, pequeñas compañías biotecnológicas o en el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos, los cuales ceden la exclusividad de sus descubrimientos a los laboratorios a cambio de regalías. Al respecto, un informe de la Agencia Nacional de Investigación Económica de los EE.UU. refirió en 1997 que la investigación financiada con dinero público era responsable de 15 de los 21 fármacos más eficaces aprobados entre 1965 y 1992; por otro lado, el Boston Globe reveló que 45 de los 50 medicamentos más exitosos aprobados entre 1992 y 1997, habían recibido fondos del gobierno de los EE.UU.

En suma, la gran diferencia en los precios de los medicamentos originales no se justifica solamente por la investigación y el desarrollo de nuevos fármacos verdaderamente innovadores, si no principalmente por la publicidad –abierta o disfrazada (incluyendo generosos obsequios hacia todos los “desinteresados colaboradores”, así como actividades “educacionales”)- y por las enormes ganancias de una industria farmacéutica dedicada en la actualidad mayormente a la fabricación y difusión de medicamentos poco novedosos y que no ofrecen mayores ventajas respecto a los que ya existen. Aunque muchos de sus áulicos digan lo contrario.


Referencias
 
 
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sábado, enero 24, 2009

Falacias



Desde tiempos inmemoriales, los líderes políticos y religiosos (y otros denominados "de opinión") han manipulado a grandes sectores de la población utilizando argumentos basados en la emotividad antes que en el razonamiento objetivo. Por supuesto que donde hay un manipulador debe haber también alguien manipulable, dispuesto a abdicar en su raciocinio en aras de la seguridad que le ofrece un sistema de creencias abundante en porvenires paradisíacos, y la pertenencia al grupo humano que las profesa. Tal renuncia a la lógica constituye el principio de los argumentos falaces o sofismas, los cuales -valgan verdades- no se limitan únicamente al discurso demagógico de aquellos líderes, si no que forman parte de nuestro cotidiano discurso. El tema es vasto por cierto, y excede con creces los propósitos de un humilde blog construido para hacer más soportables las horas de insomnio del autor, por lo cual se presentan a continuación aquellas falacias más frecuentemente utilizadas:
 
Falacia de generalización. Una de las más difundidas, consiste en llegar a conclusiones basándose en una experiencia limitada y estadísticamente no significativa. En su versión más benigna y cotidiana, sirve de sustento para los "conocedores" de todo tipo de cosas, aquéllos que -por ejemplo- opinan pomposamente acerca de la calidad de un restaurante habiendo asistido solamente una vez, o que pretenden describir a "la mujer" o "al hombre" de una determinada nacionalidad, como si de una población absolutamente homogénea se tratase (p.ej: "el hombre peruano es trabajador"). Es también esta falacia la favorita de los charlatanes ("naturistas" o "alternativos"), que basan la pretendida eficacia de sus productos casi exclusivamente en testimonios aislados, ocultando pícaramente sus fracasos, y olvidando deliberadamente que muchas dolencias presentan en ocasiones, remisiones espontáneas. Asimismo utilizan aquéllos la falacia de generalización para echar una sombra de duda sobre toda la medicina convencional, poniendo un énfasis desmedido en los efectos secundarios de algunos medicamentos (sin tomar en cuenta que no todos los fármacos son iguales, y que no todas las personas reaccionan de igual manera ante el mismo medicamento); tal error trasciende la propaganda de los charlatanes y suele ser muy común en la población general, expresándose en frases como: "las medicinas me caen mal" o "las pastillas no me hacen nada". En su versión más nefasta, la falacia de generalización ha sido históricamente el principal acicate para persecusiones de toda índole; se aprovecha aquí las características (verdaderas o ficticias) de unos cuantos individuos para luego atribuírselas a todos los representantes de su grupo (ejemplos abundan: "los judíos son avaros", "los árabes son terroristas", "los alemanes son racistas", seguido de un largo y deplorable etcétera).
 
Falacia de autoridad (argumentum ad verecundiam). Uno de los principales escollos para el avance del conocimiento y motivo de persecuciones de toda clase, utiliza la opinión de una figura de autoridad como argumento incuestionable, que no admite desviación alguna. En el campo de la ciencia, la "verdad revelada" en la Biblia (o cualquier otro texto elevado a la categoría de sagrado) ha sido generalmente el único argumento de los dogmáticos para oponerse a cualquier tipo de descubrimiento científico (la historia es generosa en ejemplos: Galileo y el heliocentrismo, y Charles Darwin y la evolución, por poner sólo dos). En el terreno de la política, los extremistas de un lado o del otro suelen limitar sus argumentos a monótonas citas textuales del líder supremo, tildando de "revisionistas" a quienes osen apartarse en lo más mínimo de las férreas fronteras ideológicas impuestas. Más cotidianamente, en medios donde la educación tiene como objetivo la ciega obediencia antes que el desarrollo de una ciudadanía consciente de sus derechos, las preguntas de los alumnos suelen tener como respuesta paradigmática: "porque el maestro lo dice".
 
Falacia populista (argumentum ad populum). Otra de las preferidas por la demagogia política, consiste en afirmar conviccionalmente una supuesta verdad aludiendo al número de sus defensores (p.ej: "¿cómo no va a ser cierto, si el 90% lo cree así?"). Clásicamente se ha refutado esta falacia recordando creencias desechadas en la actualidad pero aceptadas mayoritariamente en la antigüedad (por ejemplo, la idea de que la tierra es plana).
 
Falacia de la repetición (argumentum ad náuseam). También favorita dentro de las lides políticas, recurre a la repetición constante de una aseveración como sustento único de su validez. Tiene como paradigma aquella conocida frase del líder nazi Joseph Goebbels: "miente, miente, que algo queda".
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Falacia por ignorancia (argumentum ad ignorantiam). Frecuentemente utilizada para sustentar tesis religiosas, afirma la veracidad de una proposición basándose en la ausencia de pruebas en su contra (ejemplo típico: "Dios existe, nadie ha podido probar que no es así").
 
Falacia del falso dilema (falsa disyunción). Consiste en reducir una situación a sólo dos posibilidades presentadas como antagónicas, de modo que la descalificación de una de ellas debe supuestamente reforzar a la otra. En política, se esgrime esta falacia para defender gobiernos autoproclamados como insustituibles o "salvadores de la patria" (p.ej: a quienes critican las violaciones de derechos humanos por parte de grupos paramilitares apoyados por dictaduras, se les recuerda obsesivamente los crímenes cometidos por los grupos subversivos, como si sólo pudiese escogerse entre ambos extremismos deleznables). En el campo de la religión, no es raro que se utilice como argumento a favor de la presencia divina en ciertos hechos considerados como milagrosos, la simple ausencia (quizás momentánea) de una explicación científica rigurosa ("la medicina no puede explicarlo, ¡milagro!"); igual sucede con quienes se deleitan con descalificar incesantemente a diferentes teorías de aceptación mayoritaria en la actualidad (p.ej: la evolución o la gran explosión), creyendo que con ese simple accionar, están revitalizando el Génesis.
 
Falacia dirigida a la persona (argumentum ad hominem). Favorita del periodismo sensacionalista (manejado por grupos de poder), en lugar de refutar directamente los argumentos de un oponente ideológico, busca la simple descalificación de su persona en base a características suyas que no guardan relación con el argumento (p.ej: "¿cómo van a darle credibilidad, si es comunista?"; otro ej: "¿cómo puede opinar sobre el aborto un sacerdote, si no sabe lo que es tener un hijo?"). Sí resulta válido hacer alusión a una característica de la persona cuando aquélla influye directamente en el hecho en cuestión (p.ej: desconfiar de un procedimiento médico realizado por alguien que no ha estudiado medicina; en este caso, el estudio de tal disciplina sí es indispensable para el ejercicio de la misma).
 
Falacia de las emociones (sofisma patético). Intenta apelar a las emociones del interlocutor (miedo o culpa), en vez de a la razón. Un ejemplo cotidiano es el de las abuelas que intentaban embutirnos hasta el último rastro de comida recordándonos a "los niños pobres que no tienen qué comer" (como si nuestra saciedad pudiera llenarles el estómago). En política, no es raro acudir al patriotismo de la población para defender cualquier tipo de argumento, sin importar la veracidad del mismo (en los conflictos territoriales es la norma, ninguno de los dos bandos se preocupa realmente por la verdad de los hechos originales, la posición nacional debe ser defendida ciegamente, a capa y espada, so pena de ser calificado como "traidor"); cabría citar aquí a Samuel Johnson: "el patriotismo es el último recurso de los bribones". También puede encontrarse este sofisma en quienes apelan a la ira divina para erradicar de raíz cualquier pensamiento herético ("¡ofendes a Dios con tus blasfemias!").
 
Falacia de la consecuencia (argumentum ad consequentiam). Relacionada con la anterior, consiste en descalificar la veracidad de una posición refiriéndose a sus posibles consecuencias negativas, generalmente de forma exagerada y apelando al miedo (p.ej: "¿cómo no puedes creer en Dios? ¿no te resulta terrible el que no haya vida después de la muerte?", se puede refutar diciendo que la realidad no tiene que ser como uno quiere que sea; otro ej: "si se permite el aborto durante las primeras semanas, entonces nada impedirá que se lleve a cabo en cualquier momento del embarazo o inclusive despúes del parto, sería el inicio de un genocidio").
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Falacia de eludir la cuestión (ignoratio elenchi). Frecuente también en política, consiste en evadir el tema central a ser demostrado, desviándose hacia temas distintos, que suelen generar consenso, pero que no sustentan la posición inicial (p.ej: si se denuncia la contaminación ambiental que genera una empresa minera, el vocero de dicha compañía responde hablando sobre la importancia de la minería en la economía del país y del apoyo que está dando la empresa denunciada a la educación en los poblados aledaños; otro ej: se cuestiona como excesiva la pena de muerte a violadores, y el que apoya dicha pena habla sobre las consecuencias psicológicas en las víctimas de violación).
 
Falacia de la conclusión equivocada (non sequitur). En la cual la conclusión no se puede deducir lógicamente de las premisas presentadas. Frecuente entre los charlatanes, que esgrimen abundantes argumentos médicos, algunos de ellos veraces, para terminar concluyendo que su producto es útil, sin que la verborrea previa lo demuestre efectivamente (p.ej: "el magnesio es importante para múltiples funciones fisiológicas, por lo tanto, debe usted tomar suplementos de magnesio todos los días", en este caso, el rol que juega una sustancia en el organismo no implica necesariamente que deba suministrarse en exceso, más allá de lo que la ingesta diaria contenida en los alimentos puede proveer).
 
Falacia de la falsa causa (cum hoc, ergo propter hoc). Afirma que dos eventos que ocurren consecutivamente tienen necesariamente una relación causa-efecto, olvidando que puede existir un tercer factor que sea la verdadera causa o que se trate de una simple coincidencia (p.ej: "los homosexuales suelen padecer de depresión, por consiguiente, la homosexualidad produce depresión", no toma en cuenta que la discriminación social que muchas veces padecen los homosexuales puede ser el factor subyacente que desencadena la depresión; otro ej: "una vez soñé que sufría un accidente y pocas semanas después mi vecino se accidentó, mis sueños son proféticos", excluye la posibilidad más lógica de una mera coincidencia, incurriendo además en una falacia de generalización).
 
Falacia por falsa analogía. Intenta equiparar dos situaciones sin tomar en cuenta las diferencias existentes (p.ej: "si yo pude dejar de fumar, tú también puedes hacerlo", no considera que la vulnerabilidad para la adicción varía entre las personas).
 
Conocer y detectar estas y otras falacias en la diaria interacción verbal con otras personas, puede ayudar aunque sea en parte a reducir (no caigamos en la ingenuidad de pretender erradicar) los efectos perniciosos que aquéllas pueden llegar a tener, tanto a nivel individual como en la sociedad.